TEMAS: Verdad, Relativismo, Libertad.
RESUMEN: 1. Podemos razonar y argumentar sobre la realidad de las cosas, pero lo cierto es que el fuego quema, no tanto porque lo argumentemos y razonemos, sino porque la realidad del fuego es quemar y mejor es no comprobarlo.
RESUMEN: 1. Podemos razonar y argumentar sobre la realidad de las cosas, pero lo cierto es que el fuego quema, no tanto porque lo argumentemos y razonemos, sino porque la realidad del fuego es quemar y mejor es no comprobarlo.
2. La realidad de las cosas, en cuanto su verdad, es intolerante. Porque lo contrario de lo real es la falsedad.
3. Las democracias occidentales reconocen derechos fundamentales, cuya vigencia no proviene de una decisión mayoritaria de ningún parlamento. Antes al contrario, son derechos que limitan la voluntad de la mayoría para, por ejemplo, aprobar leyes que exterminen a determinado pueblo.
4. De qué me sirve que una ley sea legal si es injusta. Antes prefiero una ley justa pero no legal, si tuviera que elegir.
5. Admitir que pueden existir varias morales —tantas como opiniones personales— es tanto como admitir que hacer el bien depende de lo que cada uno entienda por hacer el bien. Sin embargo, el bien no es una opinión, sino que es una realidad. Hacer el bien y evitar el mal no consiste, entonces, en lo que yo opino que es hacer el bien. Sino que significa cumplir con las normas morales.
6. Somos libres para elegir hacer el bien o hacer el mal, pero nuestra libertad no nos permite decidir lo que es bueno o malo, es algo que nos supera.
SUMARIO: 1. La realidad de los hechos.- 2. La realidad moral.- 3. La moral real.
1. La realidad de los hechos
Cierto padre de maneras muy exageradas quería explicar a su hijo que el fuego es peligroso porque quema. Argumentaba y daba razones al pequeño pero, por la expresión de sorpresa del niño, intuía que no estaba comprendiendo nada de lo que le decía. Llegados a este punto, el padre cogió la manita del niño, separó uno de sus pequeños dedos y lo metió en la llama. El niño gritó de dolor porque se empezaba a quemar: — ¿ves? —dijo el padre— el fuego quema.
Podemos razonar y argumentar sobre la realidad de las cosas, pero lo cierto es que el fuego quema, no tanto porque lo argumentemos y razonemos impecablemente, sino porque la realidad del fuego es quemar y mejor es no comprobarlo.
El mundo y la especie humana podrían ser de otra manera[1]. El mundo podría ser fácil, las personas podrían ser todas buenas, podría no existir el dolor y las desgracias, en fin, el mundo podría ser una novela, pero no, el mundo es real. Y la realidad es de una manera y no de otra. Conocer la realidad de las cosas y del mundo es conocer la verdad de las mismas y es tanto como no vivir engañado. Tanto como saber que el fuego quema, por mucho que me digan que no, que eso es un invento de siglos atrasados, que la ciencia moderna dice que el fuego no quema. Pues no, el fuego quema.
La realidad de las cosas, en cuanto su verdad, es intolerante[2]. Porque lo contrario de lo real es lo ilusorio que es tanto como la falsedad. Y no se admiten términos medios, lo contrario de lo real es lo falso y lo que no es cierto en todo tiene algo de falso y, por tanto, ya no es real, así sin más.
Sin embargo, en la actualidad existe una duda generalizada sobre la posibilidad de la razón humana para conocer la realidad de las cosas, su misma verdad. Estamos convencidos que la demostración científica experimental es el certificado de la realidad. Todo lo que se puede demostrar con la ciencia es real y verdadero, lo demás lo dudamos, no estamos seguros.
De manera que, en el mejor de los casos, dudamos que la razón humana sea capaz de conocer la realidad de las normas morales, incluso que existan esas normas morales. Sí, estamos de acuerdo en que cualquiera es libre para aceptarlas y sentirse obligado con ellas, pero ¿realmente nos obligan aunque las queramos ignorar? ¿Las normas morales son reales de verdad?
La fundación de las Naciones Unidas coincidió con la profunda conmoción experimentada por la humanidad cuando se abandonó la referencia al sentido de la trascendencia y de la razón natural y, en consecuencia, se violaron gravemente la libertad y la dignidad del hombre[3]. Las democracias occidentales aprendieron a reconocer derechos fundamentales, cuya vigencia no proviene de una decisión mayoritaria de algún parlamento. Antes al contrario, son derechos que limitan la voluntad de la mayoría para, por ejemplo, aprobar leyes que exterminen a determinado pueblo.
Cuando el padre simplemente explicaba a su hijo que el fuego quema tenía la impresión que su argumentación no era contundente porque no se estaba apoyando en la realidad. Así también, cuando la justicia se presenta en términos de pura legalidad formal dentro del ordenamiento jurídico de un país determinado, los derechos corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de su dimensión ética y racional que es su fundamento último.
Porque de qué me sirve que una ley sea legal si es injusta. Antes prefiero una ley justa pero no legal, si tuviera que elegir. Luego los derechos humanos no se pueden fundar solamente en la legalidad, ni en la voluntad mayoritaria, sino que los derechos humanos tienen que fundarse en la realidad del hombre, en la verdad del hombre. Porque alguno puede discutir que la verdad existe, pero la realidad existe y es eso mismo, la verdad. La realidad es evidente y no necesita mayores explicaciones, simplemente abrir los ojos y mirar.
2. La realidad moral
Si la moral existe y es real debería ser evidente. Tenemos la sensación que lo evidente es contrario a la libertad, que impide el ejercicio de la libertad. Si dos más dos son cuatro no soy libre para decir que son cinco porque estaré equivocado. Es evidente la realidad matemática y también es evidente el error en la suma. Sin embargo, sabemos que en ocasiones cuesta encontrar el error en las sumas.
Pero la libertad no consiste en fabricar la realidad de las cosas. Yo no soy libre para fabricar un mundo a mi medida, sino que soy libre para aceptar el mundo como es o para no aceptarlo. Pero la realidad de las cosas no depende de mi libertad. Sin embargo, intentemos abrir un poco los ojos y mirar.
Las normas morales imponen al hombre hacer el bien y evitar el mal. Y esta permisa se refiere en dos niveles distintos: para con los demás y para con uno mismo. Aceptar que las normas morales existen supone tanto como aceptar que hay que hacer el bien incluso cuando no me apetezca hacerlo. Luego la esencia de la moral es cumplir el deber incluso en momentos en que no apetezca hacerlo.
Si las normas morales no existieran nadie haría nada obligado, sin desearlo. El único motivo para actuar sería el deseo y la apetencia. Es verdad que podemos conocer a personas que actúan así. Pero también conocemos a personas que actúan por sentido del deber. Cualquiera tiene experiencia de haber convivido con una persona que hace lo que le viene en gana y con otra persona que hace lo que debe. Ya sabemos la respuesta, yo quiero vivir junto al que cumple su deber y quiero estar lejos del que hace lo que le da la gana.
3. La moral real
Bien, podríamos estar de acuerdo en que hay que cumplir con el deber y no se puede vivir haciendo lo que a uno le viene en gana, es decir, que la moral existe, pero la pregunta sería: ¿qué moral es la verdadera? ¿Es válida cualquier moral o solamente una moral es la verdadera? Admitir que pueden existir varias morales —tantas como opiniones personales— es tanto como admitir que hacer el bien depende de lo que cada uno entienda por hacer el bien. Pero entonces el bien no sería una realidad, sino la opinión de cada uno, variable, concreta, cultural, histórica de un tiempo y un lugar determinado. Lo que estaba bien hace doscientos años ahora ya no y lo que ahora está bien antes no lo estaba.
Pero si esto fuera así, si el bien no fuera real, sino tan solo fuera una opinión, qué sería del hombre. Porque el bien es el bien del hombre: de cada uno y de todos los hombres. Porque si el bien no es real, si es opinable entonces resultaría que el bien de Hitler, el bien de Stalin, sería tan bueno como el bien de Gandhi.
No. El bien no es personal ni es una opinión, sino que es una realidad. Hacer el bien y evitar el mal no consiste, entonces, en lo que yo opino que es hacer el bien. Sino que significa cumplir con las normas morales. Hace el bien el que cumple con las normas morales, aunque no le apetezca. Y hace el mal el que no cumple con las normas morales, aunque le apetezca.
Y existen personas que hacen el bien y por eso son buenas y otras que hacen el mal y por eso no son buenas. No vale decir «es que yo pienso de otra manera...». Porque el bien no es opinable sino real. Y por ser real es absoluto. Lo contrario del bien es el mal.
Somos libres para elegir hacer el bien o hacer el mal, pero nuestra libertad no nos permite decidir lo que es bueno o malo, es algo que nos supera. Y es bueno saberlo para no llevarse a engaño y acabar pensando que el fuego no quema, que lo contrario es una invención de algunos exagerados. Prueba y verás.
Felipe Pou Ampuero
[1] Juan Luis Lorda, ¿Es relativa la moral?, Nuestro Tiempo, enero 2006, p.18.
[2] Robert Spaemann, Creyentes y no creyentes en la sociedad democrática, www.zenit.org
[3] Benedicto XVI, Discurso ante las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008.