Fecha: 1 de junio de 2008
TEMAS: Matrimonio, Fidelidad, Amor.
RESUMEN: 1. El matrimonio, como todo lo vivo, ha de ser cultivado. El amor o crece o se muere, o, en el mejor de los casos, está a punto de momificarse.
TEMAS: Matrimonio, Fidelidad, Amor.
RESUMEN: 1. El matrimonio, como todo lo vivo, ha de ser cultivado. El amor o crece o se muere, o, en el mejor de los casos, está a punto de momificarse.
2. Lo que se necesita es que las diferencias entre los esposos no sean insalvables y, por supuesto, que se quieran y quieran quererse para siempre, no solo para un ratito, aunque sea un ratito largo.
3. El amor conyugal no es una simple pasión ni un mero sentimiento. El verdadero amor matrimonial es una donación total, definitiva, excluyente, fruto de una acto de libertad, de una determinada y libérrima determinación de la voluntad de los esposos que se decide de manera irrevocable a querer al otro de por vida, para siempre.
4. Jacinto Benavente afirmaba que el amor, todo amor, pero especialmente el de varón y mujer, tiene que ir a la escuela: es preciso aprender a amar al otro cónyuge poco a poco, durante toda la vida, de manera precisa y muy particular, tal y como necesita ser amado.
5. Lo que une al matrimonio es el cariño de los esposos, el verdadero amor que se materializa en lo cotidiano de cada momento y de cada ocasión el compromiso es tan esencial al matrimonio que es insustituible. Las uniones que no se comprometen no funcionan.
SUMARIO: 1. Las plantas.- 2. Casarse.- 3. Los peligros.- 4. Duraderos.
1. Las plantas
Hay personas a las que les gustan las plantas. Es un trozo de naturaleza en la casa. Supone tener vida cerca y verlas crecer. Pero las plantas dan trabajo. Son necesarios unos cuidados mínimos. Regar, aunque no mucho ni de cualquier manera. Regar, lo adecuado. Abonar, podar, trasplantar, en fin, las plantas son bonitas pero reclaman atención y son trabajosas.
Algunos pretenden evitarse el trabajo y los cuidados de las plantas. Han descubierto las plantas de plástico. ¡Qué invento! No necesitan agua, ni abono, ni sol, ni trasplantes. A lo más, basta quitarles el polvo de vez en cuando. La cuestión es que las plantas de plástico siempre están verdes, pero nunca están vivas y no son plantas de verdad.
Al matrimonio le pasa como a las plantas. Muchos quisieran que fuera como una planta de plástico, que no necesitara atenciones ni cuidados y que siempre estuviera verde y vistoso sin hacerle el menor caso. Pero esto no es así. El matrimonio, como todo lo vivo, ha de ser cultivado. El amor o crece o se muere, o, en el mejor de los casos, está a punto de momificarse[1]. Y la momia de un matrimonio no es nada deseable. Los matrimonios no duran sencillamente porque no se han cuidado, porque se han abandonado y acaban muriéndose.
2. Casarse
Para que un matrimonio sea duradero lo primero y más elemental es querer que dure para siempre. Nos podemos casar para siempre o nos podemos casar para un ratito. Los que se casan para un ratito no duran. Durarán más o menos, pero al final no duran.
Porque el matrimonio es una realidad muy seria, no es un invento católico, ni una ilustración gráfica de revistas del corazón. Amar a una persona –escribe Saint Exupery– no es mirarse a los ojos y acariciarse las manos, sino mirar los dos en la misma dirección[2]. Es una pena constatar que a muchas personas les cuesta diferenciar entre el flechazo inicial en que consiste ese enamoramiento romántico que solo atiende al sentimiento y el amor duradero.
Porque el enamoramiento puede conducir al verdadero amor, pero no siempre sucede así. Es necesario dejar pasar el tiempo, dando ocasión a que se construya una verdadera amistad basada en el conocimiento real y concreto de la otra persona. Amistad especial que puede acabar en verdadero amor, es cierto, pero amistad al fin y al cabo[3].
No se pide que los esposos estén cortados por el mismo patrón: que les guste lo mismo, que quieran lo mismo, que piensen lo mismo... Lo que se necesita es que las diferencias entre los esposos no sean insalvables y, por supuesto, que se quieran y quieran quererse para siempre, no solo para un ratito, aunque sea un ratito largo.
El amor conyugal no es una simple pasión ni un mero sentimiento. El verdadero amor matrimonial es una donación total, definitiva, excluyente, fruto de una acto de libertad, de una determinada y libérrima determinación de la voluntad de los esposos que se decide de manera irrevocable a querer al otro de por vida, para siempre[4].
Pero que los esposos se quieran mucho y quieran quererse para siempre no excluye que el hombre sigue siendo un varón y la esposa sigue siendo una mujer[5]. El hombre hace una cosa detrás de otra mientras que la mujer es capaz de hacer cinco cosas a la vez, con el riesgo de dar tanta importancia a los detalles que pierde lo esencial. Para la mujer todo es urgente y pocas cosas son importantes. La mujer se adapta mejor a las circunstancias por eso es tan importante para el hombre saber escuchar a su mujer y aprender a traducir los gestos de su mujer que van más allá de las simples palabras.
3. Los peligros
El amor verdadero no consiste en declaraciones formales ni en ritos protocolarios. El amor se encuentra en los pequeños gestos y atenciones que cada uno de los esposos tiene para con el otro sin ninguna obligación ni necesidad, solamente porque sabe que le agradan y le alegran y, al mismo tiempo, sabe evitar esos otros gestos y actitudes que sabe que le molestan solamente porque le quiere.
Jacinto Benavente afirmaba que el amor, todo amor, pero especialmente el de varón y mujer, tiene que ir a la escuela: es preciso aprender a amar al otro cónyuge poco a poco, durante toda la vida, de manera precisa y muy particular, tal y como necesita ser amado.
Y en esto, la casuística es de lo más variada. Hay maridos que prestan más atención al coche o al ordenador que a su esposa. No digamos del tiempo hurtado a la mujer y entregado al trabajo, a las aficiones, al fútbol... Muchos hombres tienen la profunda convicción de que su única obligación consiste en llevar el sueldo a su hogar y hecho esto tienen derecho a no prestar más atención a su esposa que al periódico, o a abandonarse y no mantener la elegancia en el vestido y en el porte, en el modo de hablar o en las posturas porque para eso ya está casado y «ya sabe que la quiero».
Para el casado no existe otra mujer en el mundo –en cuanto tal persona de sexo femenino– que su esposa. A ninguna otra le debe tratar como mujer poniendo en juego su condición de varón que ya no le pertenece porque se la entregó a su esposa en el compromiso matrimonial. Las demás mujeres serán personas a las que tratará como tales, pero no como mujeres.
Sí, es verdad, un hombre ya es infiel cuando mira con deseo a otra mujer. Pero también el casado puede comenzar a ser infiel con sólo dejarse absorber excesivamente por la profesión, acumulando todo el peso de la casa y de los hijos sobre los hombros de su esposa.
Y la mujer puede comenzar a ser infiel cuando se abandona y renuncia a mantener vibrante y despierto el amor de su marido hacia ella empujándolo a otras puertas y atenciones que sólo deberían ser las suyas. El amor se construye cada día no con ideas, sino con modos y maneras humanos, de hombres y de mujeres que es lo que somos y no otra cosa. Esto supone estar en los detalles de cada momento y seducir al marido cada día y el marido conquistar a la mujer cada día también. Somos así.
El matrimonio es un compromiso de amor que implica la donación no sólo de los cuerpos, sino de la persona entera, de la vida y del corazón. Amar así supone entregarlo todo. No basta con implicarse, es necesario comprometerse de verdad.
4. Duraderos
Ser fiel no consiste en formular una declaración de intenciones y de principios, enumerar un programa y plantear unas acciones concretas. Ser fiel consiste en renovar cada mañana el amor joven y nuevo de la primera vez de tal manera que ninguna declaración sea suficiente para expresar el cariño que se tiene.
Algunos piensan que lo que une a los matrimonios son los hijos –frutos de la unión y del amor– y que los hijos suplantan el amor y el cariño que algunos se niegan. Pero no es así. Lo que une al matrimonio es el cariño de los esposos, el verdadero amor que se materializa en lo cotidiano de cada momento y de cada ocasión. Muchos están esperando las ocasiones excepcionales para quererse y para demostrarse su cariño. Como si quererse fuera algo único, raro y extraño.
El amor matrimonial es tan natural a los hombres como el respirar y, por tanto, es tan cotidiano y frecuente entre el marido y la mujer como el hablar, el conversar, pasear, resolver problemas o irse al cine. Porque la vida no consiste en ese momento mágico y especial que no sabemos si sucederá alguna vez. La vida, por el contrario, es el tiempo que trascurre cada día en los quehaceres más normales y cotidianos, los que siempre hacemos, aquellos que no recordaremos nunca salvo por el amor que supimos poner.
Y en esto, insisto, el compromiso es tan esencial al matrimonio que es insustituible. Las uniones que no se comprometen no funcionan. Desde un punto de vista sociológico la cohabitación no implica el mismo nivel de compromiso moral y legal que el matrimonio. Las parejas que cohabitan sin comprometerse son, por regla general, más débiles que los matrimonios y dan lugar a un tipo de relación más pobre[6]. Las estadísticas dicen que el 50% de los hijos nacidos de parejas de hecho verán que su padres se han separado antes de cumplir los cinco años, mientras que entre las parejas casadas eso mismo lo experimentarán el 15% de los hijos.
Un estudio dirigido por John Crouch, director ejecutivo de la organización Americans for Divorce Reform, concluye que las ocho naciones con tasa de divorcio per cápita inferiores al 0,2% establecen periodos de espera de tres o más años y en algunos casos también consultas obligatorias.
A los propios esposos y a la sociedad nos toca cumplir y hacer cumplir nuestros propios compromisos matrimoniales. No son una carga ni una limitación. Es la manera de amarse verdaderamente entre un hombre y una mujer. El compromiso matrimonial es bueno para la sociedad, antes es bueno y positivo para las personas. Pero sobre todo, el compromiso matrimonial es una realidad necesaria para la vida y el desarrollo de las personas.
Felipe Pou Ampuero
[1] Tomás Melendo, Un matrimonio feliz y para siempre, www.fluvium.org
[2] Luis Riesgo Ménguez, ¿Cómo alcanzar el éxito en el matrimonio?, Mundo Cristiano, noviembre 2001, p. 45.
[3] Patricia Artiach Louit, Amores y flechazos, www.fluvium.org
[4] Tomás Melendo, Un matrimonio feliz y para siempre, www.fluvium.org
[5] Antonio Vázquez, Comprensión en el matrimonio, Clínica Universitaria de Navarra, folleto de Capellanía.
[6] Aceprensa, Propuestas para revitalizar el matrimonio, 18 de octubre de 2006.