CRISTIANO
Fecha: 05 de marzo de 2005
TEMAS: Religión, Cultura, Educación.
RESUMEN: ¿Qué significa ser cristiano? ¿Cuál es la tarea del cristiano en la sociedad moderna actual? El cristiano quiere vivir como un cristiano y decir a los demás que el hombre es ser creado a imagen y semejanza de Dios. Difundir una cultura humanista en la que se afirme la supremacía del ser sobre el tener, de la ética sobre la técnica.
SUMARIO: 1. El mundo.– 2. Vivir de fe.– 3. Vida pública.– 4. Estilo personal.
1. El mundo
El mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios. El origen del pecado y de la mancha moral no hay que buscarlo en las cosas creadas, pues Dios, tras crear todas la cosas, vio que eran buenas (cfr. Gn, 1,31), sino en el corazón del hombre –en nuestro corazón–. Después del pecado original el hombre fue «mudado en peor». Pero esto no quiere decir que el hombre no sea capaz de vencer, sino que necesita luchar
Los terremotos no sólo matan y destruyen. También desafían a los hombres a explicarnos el orden de un mundo en el que tales actos aparentemente indiscriminados pueden llegar a ocurrir. Como dice Alejandro Llano[2] la realidad se puede transformar pero no se puede falsear. Aunque nosotros no lo seamos, la realidad es siempre fiel a sí misma. Y la realidad es que el mundo puede ser un espacio difícil de vivir, poco acogedor y hostil, donde el más fuerte es el que sobrevive a costa de los más débiles que resultan explotados.
No aceptar que el hombre es un ser creado a imagen y semejanza de Dios supone alterar todo el orden natural de lo creado y la realidad misma del hombre que deja de ser entendido como un ser amado por sí mismo, con su propia dignidad, para ser valorado sólo como un instrumento, un medio, para alcanzar otros fines.
La tarea del cristiano se centra, en primer lugar, en elaborar y difundir una cultura humanista en la que se afirme una supremacía del espíritu sobre la materia, del hombre sobre las cosas y de la ética sobre la técnica. Cultura humanista que se opone a la cultura materialista o consumista que defiende la primacía del tener sobre el ser, del placer sobre el amor, del bienestar sobre la felicidad. El cristiano tiene la honrosa tarea de trabajar para que el mensaje divino llegue a su vecino, a su compañero, a su amigo[3].
Las personas son bienes por sí mismas y no por ninguna otra cualidad. Si no se entiende así la dignidad de la persona se corre el grave peligro de justificar el dominio de los fuertes sobre los débiles, de los sanos sobre los enfermos, de los ricos sobre los pobres, de los integrados sobre los marginados, de los seres «útiles» sobre los seres «inútiles».
La verdad siempre resulta peligrosa, es cierto. Pero es más cierto que la verdad es siempre la verdad y no admite disfraces o variantes menos arriesgadas o comprometidas. La verdad es exigente porque lleva al sentido de las cosas y eso no puede ser otra cosa que su razón de ser, la verdad lleva necesariamente siempre a Dios. Dios es siempre el fin último de todas las criaturas.
Y el mundo grita el nombre de su Creador y habla constantemente de Dios. El cristiano quiere decir a los demás hombres que Dios existe, que no podemos vivir de espaldas a Dios, como si no existiera, como si pudiéramos ignorar su existencia.
2. Vivir de fe
«Ante tantos dramas como afligen al mundo, los cristianos confiesan con humilde confianza que sólo Dios da al hombre y a los pueblos la posibilidad de superar el mal para alcanzar el bien»[4]. El cristiano debe vivir de la fe. Pero esto no puede significar que la fe sea una creencia mágica o extraña. «El cristianismo es gracia, es la sorpresa de un Dios que, satisfecho no solo con la creación del mundo y del hombre, se ha puesto al lado de la criatura»[5].
Dios existe y es la razón de ser del hombre. Sólo se puede explicar la existencia del hombre desde la existencia de Dios y desde la Creación a su imagen y semejanza. La vida humana es religiosa por esencia, para explicar la existencia del hombre, sin Dios nada tiene sentido.
La fe no es una excusa para soportar la vida. El cristiano no cree en Dios como un remedio para soportar esta vida llena de dolor e injusticias, donde el mal se extiende y nadie puede comprenderlo. La fe es la razón de vivir del cristiano.
La fe del cristiano no es propia, como fabricada a mi medida: para resolverme mis problemas. No se trata de una pasión, de un convencimiento o de una convicción. Por lo menos no se trata sólo de eso, aunque también lo pueda ser.
La fe es un don de Dios. Por ser un don es un regalo gratuito. Y por ser un regalo no es propia, es divina. No se puede reducir la aspiración hacia lo trascendente en una simple necesidad de espiritualidad, como quien necesita jabón y lo compra en la droguería. La fe es una llamada y es un encargo, es una misión, algo por hacer...
Es Dios quien identifica al hombre, quien le manifiesta quién es y cuál es su destino, porque lo conoce, porque lo ha creado. Sólo aceptando la existencia previa de Dios se puede comprender y dar sentido a la existencia humana. Una existencia llena de dificultades, de problemas, de contrasentidos, de dolor y de abandonos, y también de felicidad y de alegrías. Pero todo esto Dios lo explica, lo acoge y hasta nos ha dado ejemplo suficiente en la Encarnación del Verbo. Dios ha asumido toda la existencia humana y ofrece al hombre una explicación de la vida humana.
3. Vida pública
El cristiano quiere vivir como un cristiano y llevar a los demás esta novedad. No le basta con vivir en secreto su misión, sino que quiere sacarla a la calle, a la plaza y manifestar a los demás hombres su verdadera dignidad.
El derecho a vivir en sociedad que corresponde a toda persona –incluidos los cristianos– se refiere necesariamente al libre protagonismo ciudadano en la configuración de la sociedad[6]. Queremos la sociedad que nos corresponde, humana, libre, plural, verdadera. Y no queremos la sociedad que nos quieran imponer o que nos presenten como ya existente. La libertad de intervenir en la realidad pública y social que nos rodea hay que adoptarla de una vez por todas, sin pedir permiso ni disculpas a nadie, porque no hay más libertades que las que uno se toma y podemos tomarnos la libertad de configurar la sociedad.
Para el cristiano actual y en el mundo actual marcado por el relativismo moral e indiferente pretender mimetizarse como uno más de sus conciudadanos no deja de inspirar compasión como quien quisiera hacerse perdonar las propias convicciones en las que no confía con mucha seguridad.
Nos guste o no el Estado actual ha dejado de ser el centro y el vértice de la vida social. Hoy la sociedad no es nacional, ni mucho menos estatal, sino que es una sociedad compleja, multicéntrica y llena de relaciones que no se puede comprender ni entender si nos empeñamos en verla desde la perspectiva plana de la sociedad tradicional donde se contraponía lo público a lo privado o el estado al individuo. Todo esto ya no existe, hace referencia a otra sociedad, a otro tiempo y a otras circunstancias[7].
El cristiano viene para decir la verdad, para dar la razón del hombre y, por tanto, la razón de la vida y del mundo. Tiene la valentía civil y cívica de anteponer el valor de la verdad a cualquier conveniencia práctica o coyuntural. Constituye su honor y su deber. El cristiano viene a señalar el camino dentro de su pequeñez personal, con el arrojo y la audacia que sólo la fe pueden dar.
En una sociedad donde la información transforma la comunicación y en la que es el centro de las relaciones, el cristiano viene a decir que la abundancia de información no es equivalente a abundancia de conocimiento, ni mucho menos a sabiduría. Tenemos muchos datos a nuestra disposición y no tenemos ni la más remota idea de para qué estamos en este mundo.
La verdadera sabiduría –que no equivale a cantidad de datos–, es una actividad vital, un crecimiento interno, un avance hacia uno mismo y su propia explicación[8]. Y en este empeño de adquirir cultura y sabiduría hay que tener siempre presente la verdad de las cosas y recordar que la lectura de los grandes libros es el único camino para lograr una formación armónica y completa, con independencia de la profesión o estudios de cada uno[9].
La misión del cristiano en la sociedad actual es mostrar el hombre al hombre como ser creado a imagen y semejanza de Dios. Una sociedad que ha promovido la centralidad del individuo, pero se ha olvidado del verdadero valor de la persona humana[10]. Esta sociedad donde la democracia se ha llegado a considerar como el valor supremo, superior hasta a la misma Verdad, y no como un medio privilegiado para discernir, reflexionar y proteger la Verdad misma.
El relativismo en la democracia comporta la negación de la Verdad. Hay que tener muy en cuenta que si no existe una Verdad última que guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente y utilizadas para fines de poder. Porque donde falta la Verdad no existen otras razones que las de la fuerza. Una democracia sin valores se convierte, antes o después, en una tiranía visible o encubierta, primero de la mayoría y luego del poder, que acaba por convertirse en poder absoluto.
El fin debe ser la verdad. Hay que someterse a la verdad, rendirse, bajar la cabeza, y no querer ser como dioses que intentan re-crear la realidad y el mundo. Si la verdad puede ser votada, en lugar de aceptada, la verdad es manipulable: podría ser decidida al capricho del interés del momento, ya no sería la verdad, al menos no sería la verdad de los que no la votaron.
4. Estilo personal
Frente a la simple instrucción o ilustración que responde a la mera información, se impone la educación o formación que responde a la sabiduría y al ser más persona. La educación es decisiva precisamente porque el ser humano no tiene saber innato ni nace enseñado, para saber hacer falta llegar a saber.
Es en la cultura donde se encuentra la formación del hombre. El cristiano debe asumir la tarea de imprimir una mentalidad cristiana a la vida ordinaria, a la cultura actual y cotidiana de su sociedad. Debe contribuir a formar y mostrar un estilo de vida cristiano. Estilo que se debe fundar en la oración y en la contemplación, pues no se trata de desembocar en el activismo, en el hacer por hacer. Tenemos que resistir esta tentación buscando el ser antes que el hacer[11].
En la sociedad actual puede parecer casi indecente llegar a hablar de Dios. Y no es una tarea fácil poner la fe en palabras y conceptos que pueda entender el mundo moderno. Pero una forma de describir la esencia del cristianismo en lenguaje moderno es describirlo como la historia del amor entre Dios y la Humanidad[12].
El cristiano ha de ser un testigo convencido de esta verdad: el amor es la única fuerza capaz de llevar a la perfección personal y social, el único dinamismo posible para hacer avanzar la historia hacia el bien y la paz[13]. Porque el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo por medio de mecanismos deterministas e impersonales. El mal pasa necesariamente por la libertad humana. La libertad humana está siempre en el centro del drama del mal y lo acompaña. El mal tiene un rostro y un nombre propio: el de los hombres y las mujeres que libremente lo eligen.
Porque ser cristiano significa que quiero ser cristiano. Es querer, que es amor. Después, cada uno será mejor o peor cristiano. Pero primero es necesario querer serlo, aunque no basta sólo con querer. Después hay que saber ser cristiano, hay que formarse, cuidarse, cultivarse, para saber vivir como un cristiano en mi barrio, en mi trabajo, entre mis amigos. No será necesario hablar, porque «hablan» los hechos, las actitudes. El estilo personal del cristiano es un grito elocuente en la plaza pública. Y esto es lo que necesita el mundo moderno: ejemplos vivos, vidas concretas, cristianos corrientes que demuestran que es posible ser cristiano aquí y ahora.
Ser cristiano es precisamente eso, una manera de vivir, no una situación o un estado de las cosas. Cristiano es el que con sus hechos dice que Dios existe, el que vive como si Dios existiera, no el que vive como si Dios no existiera. Y esto no vale sólo para el templo, o para las recitaciones, o para las declaraciones. Además, Dios existe para cuando las cosas van bien, y para cuando la desgracia se acerca; para cuando hay que arrostrar con las consecuencias de los propios actos y para cuando el fin no puede nunca justificar los medios; para cuando parece que la vida no ofrece alternativas y para cuando se ve la salida del túnel; para saber sacrificar el éxito profesional y para dar a las cosas su verdadero valor...
Tenemos la libertad de ser cristianos. Somos libres para elegir vivir como vive un cristiano y dejarnos de discursos. Otros son libres para hacer lo contrario y cada uno responderá de su vida. Soy cristiano cuando trabajo y cuando paseo por el monte. Cuando me baño en la playa y cuando me siento a comer en el restaurante. Cuando me visto para ir a trabajar y, también, para ir de fiesta. Soy cristiano en todo momento porque no puedo –no quiero– dejar de ser cristiano. No es una camisa que se pueda cambiar. Ser cristiano es connatural. Forma parte del ser de cada uno y le acompaña.
Felipe Pou Ampuero
[1] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica. n. 1.707.
[2] Llano Cifuentes, Alejandro, El hombre ante la sociedad de la información: luces y sombras. Ponencia en el Congreso de Católicos y Vida pública.
[3] Decreto Apostolicam Actuositatem (Sobre el apostolado de los laicos), 18 de noviembre de 1965, n. 3.
[4] Juan Pablo II, Mensaje con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2004.
[5] Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte.
[6] Llano Cifuentes, Alejandro, El hombre ante la sociedad de la información: luces y sombras. Ponencia en el Congreso de Católicos y Vida pública.
[7] Cfr. Llano Cifuentes, Alejandro, ob. Cit.
[8] Cfr. Llano Cifuentes, Alejandro, El hombre ante la sociedad de la información: luces y sombras. Ponencia en el Congreso de Católicos y Vida pública.
[9] Llano Cifuentes, Alejandro, La cultura como proyecto, en Nuestro Tiempo, marzo 2004, nº 597.
[10] Card. Paul Poupard, Conferencia sobre la secularización en occidente, en el Instituto Teológico de los Santos Cirilo y Metodio, en Minsk (Bielorrusia), el día 10 de diciembre de 2004.
[11] Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte.
[12] Card. Joseph Ratzinger, entrevista día 19 de noviembre de 2004, diario La República.
[13]
Juan Pablo II, Mensaje con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2004.