TEMAS: Verdad, Razón, Fe.
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RESUMEN: 1. El corazón del hombre alberga un deseo
natural e innato de conocer la verdad.
2. La filosofía es la «ciencia» que por excelencia busca la verdad y formula el sentido de la vida
del hombre.
3. El conocimiento de la fe
no es un conocimiento humano y, por tanto, no es un conocimiento filosófico.
4. Por medio de la fe, Dios
ha comunicado a los hombres una verdad sobre el mismo hombre y sobre el sentido
de su vida. Y esta verdad que conocemos por la Revelación no es la consecuencia
o la maduración de un proceso de razonamiento que en último extremo sería un
proceso humano.
5. El deseo de buscar la
verdad mueve al corazón y a la razón humana a querer ir siempre más allá de los
conocimientos actuales hasta llegar a los límites de la propia capacidad humana
y abrirse a la trascendencia.
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SUMARIO: 1. Dos alas.-
2. Desde el siglo XIX.- 3. La fe y la razón.- 4. La verdad es una.
1. Dos
alas
«La fe y la razón (Fides
et Ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva
hacia la contemplación de la verdad»[1]. Con estas palabras comienza la encíclica
filosófica que tantos comentarios ha dado lugar. Se pone en tela de juicio la
legitimidad de la Iglesia para opinar sobre las cuestiones temporales y se
pretende relegarla a las cuestiones que son ajenas a las cosas de este mundo y
propias de una vida retirada, extraña al cotidiano pasar de los hombres.
Sin
embargo, nada más lejos de la realidad. La Iglesia tiene derecho a estar en el
mundo porque forma parte del mundo. Pero, sobre todo, la Iglesia tiene una
misión que es ayudar al hombre —y con el hombre al mundo que es la reunión de
todos los hombres— a realizarse plenamente y alcanzar la felicidad.
Y
una cosa es clara: el corazón del hombre alberga un deseo natural e innato de
conocer la verdad. Podemos mirar para otro lado y hacer como que no nos
interesa, como que estamos ocupados en las cosas importantes de la vida. Pero,
aparte de poses y actitudes, lo que de verdad nos interesa es conocer la
verdad. La verdad de la vida, la verdad de las relaciones y, sobre todo,
nuestra verdad: la verdad del hombre.
En
este deseo natural de conocer la verdad —verdad es la adecuación del intelecto
a la realidad, decía santo Tomás de Aquino— el hombre se ayuda de las ciencias,
de las letras y, sobre todo, de la filosofía que es la «ciencia» que por excelencia busca la verdad y
formula el sentido de la vida del hombre. Esto ha sido así desde los primeros
filósofos y sigue siendo así hasta los filósofos actuales.
2. Desde el siglo XIX
Desde el siglo XIX, que ya va para
viejo, las luces de la razón consideraron que cualquier conocimiento humano que
no sea fruto y consecuencia de las capacidades de la razón no es digno de ser
reconocido como conocimiento verdadero. En consecuencia con la anterior
afirmación, el racionalismo considera que el conocimiento que proporciona la fe
no es un conocimiento, sino una creencia, una convicción y, en algunos
supuestos, hasta una superstición.
Una cosa sí que es verdad. El
conocimiento de la fe no es un conocimiento humano y, por tanto, no es un
conocimiento filosófico. Pero es que tampoco lo pretende. Una cosa es la fe y
otra la filosofía. Pero esta distinción no significa que la fe no pueda
proporcionar conocimientos al hombre, que sí que puede y, menos aún, que el
único medio de conocimiento del hombre sea el filosófico, que no lo es.
Por medio de la fe, Dios ha
comunicado a los hombres una verdad sobre el mismo hombre y sobre el sentido de
su vida. Y esta verdad que conocemos por la Revelación no es la consecuencia o
la maduración de un proceso de razonamiento que en último extremo sería un
proceso humano. La verdad revelada no es filosófica ni tampoco es humana sino
que se encuentra situada en otro nivel de conocimiento.
Contra ese racionalismo decimonónico
se revela el corazón del hombre que sigue buscando la verdad y no se conforma
con verdades parciales, con simples razonamientos filosóficos más o menos
coherentes. El hombre no se conforma con simples certezas para conocer el
sentido de su vida y su propio sentido, sino que quiere conocer la verdad
completa y total y esto nos lleva sin remedio al conocimiento de la Verdad
absoluta —con mayúsculas— que la filosofía por sí sola no es capaz de conocer.
3. La fe y la razón
El deseo de buscar la verdad mueve
al corazón y a la razón humana a querer ir siempre más allá de los
conocimientos actuales hasta llegar a los límites de la propia capacidad humana
y abrirse a la trascendencia. La razón tiene límites, como todo lo humano tiene
límites, pero las limitaciones naturales no
significan que tanto la razón, como la fe, no procedan de Dios cuando Él
es el creador, la fuente y origen de todo. La fe y la razón no pueden
contradecirse si son verdaderas.
Quizá la cuestión central es dónde
situamos la razón humana: en el centro de la existencia del hombre o al
servicio de la existencia del hombre. Si está en el centro se erige como fuente
exclusiva del conocimiento y de la realidad de tal manera que llegaría a
afirmarse que la realidad es aquello que la razón puede conocer y comprender, de
manera que lo no conocido por la razón quedaría fuera de la realidad.
Por el contrario, si la razón está
al servicio de la existencia del hombre será un instrumento útil y eficaz que
le ayude a responder a las interrogantes que se realiza desde su nacimiento:
¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿después de esta
vida qué hay?
Al hablar de realidad no solamente
estamos hablando de las cosas que se tocan y se ven como las farolas de la
calle, sino de la realidad de las cosas que existen pero no se tocan y no se ven,
por ejemplo, la amistad, la belleza, el bien, la vida, la muerte, etc. Todo
aquello que no queda amparado por la razón queda abandonado y considerado
inexistente o, en el mejor de los casos, inalcanzable para el hombre. De esta
manera, la razón queda reducida a algo instrumental que sirve para solucionar
los problemas de cada día y las cuestiones prácticas, pero que no se pregunta
por la verdadera realidad.
¿Y la fe, dónde queda la fe? Pues al
renunciar la razón a la trascendencia la fe queda fuera de la razón, entendida
como algo irracional, absurdo y subjetivo que si sirve para algo es para calmar
los sentimientos de cada persona, como una experiencia personal y una vivencia
que nada aporta a la verdad de la vida y a la verdad del hombre. La fe es algo
que pertenece a la fantasía interior de cada hombre.
4. La verdad es una
Antes que nada se debe considerar
que la verdad es siempre una, aunque sus expresiones lleven la impronta de la
historia de cada época. La verdad de una determinada época no se opone —no
puede oponerse— a la verdad de otra época puesto que dejaría de ser verdadera.
No existe una verdad histórica, sino que la verdad permanece en la historia.
La verdad no es coyuntural y
conveniente para una época. La historia concreta de los pueblos manifiesta la
verdad conforme a su cultura pero esto no
significa que altere la verdad. La verdad no puede ser el resultado de
un consenso o de una conveniencia histórica, sino que cada momento de la
historia debe buscar la verdad y responder a los interrogantes del hombre. La
verdad es inmutable y no puede ser limitada por el tiempo y la cultura; se
conoce en la historia, pero supera la historia misma[2].
Por la experiencia personal que
tiene cada hombre puede afirmar que la realidad que conoce y le rodea no ha
sido increada ni tampoco se ha autoengendrado a sí misma. Esto significa que la
vida humana y el mundo tienen un origen y un sentido que se realiza en la
trascendencia. Si se niega el sentido trascendente de la vida la razón renuncia
a buscar la verdad última del hombre y del sentido de la vida y queda encerrada
en sí misma degradada a funciones instrumentales.
Para que esto no suceda el hombre
debe convencerse que es capaz de conocer la verdad aunque esté sometido a las
limitaciones propias de la naturaleza humana. Pero creer en la posibilidad de
conocer la verdad no es en modo alguno fuente de intolerancia, al contrario, es
condición necesaria para un diálogo entre las personas que buscan la verdad y
se adhieren a ella.
[el
Papa] Seguramente no debe tratar de imponer a otros de modo autoritario la fe,
que sólo puede ser donada en libertad. Más allá de su ministerio de Pastor en
la Iglesia, y de acuerdo con la naturaleza intrínseca de este ministerio
pastoral, tiene la misión de mantener despierta la sensibilidad por la verdad;
invitar una y otra vez a la razón a buscar la verdad, a buscar el bien, a
buscar a Dios; y, en este camino, estimularla a descubrir las útiles luces que
han surgido a lo largo de la historia de la fe cristiana y a percibir así a
Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar el camino
hacia el futuro[3]. ■
[1] Juan Pablo II, Enc. Fe y
Razón, Ciudad del Vaticano, 14 de septiembre de 1998, n.1.
[2] Juan Pablo II, Enc. Fe y
Razón, Ciudad del Vaticano, 14 de septiembre de 1998, n.92.
[3] Texto de la conferencia
que el Papa Benedicto XVI iba a pronunciar durante su visita a la
"Sapienza”, Universidad de Roma, el jueves 17 de enero de 2008. Visita
cancelada el 15 de enero.