sábado, diciembre 02, 2006

20. Europa

Fecha: 1 de diciembre de 2006
TEMAS: Cultura, Religión, Vida.

RESUMEN: 1. Europa es un lugar geográfico, pero sobre todo es un concepto cultural e histórico que se ha caracterizado como continente por muchos factores, uno de los cuales y no el menos importante, es por la fuerza unificadora del cristianismo.

2. Se puede decir que la fe cristiana ha forjado la cultura europea fundiéndose con su historia y, a pesar de la dolorosa división entre Oriente y Occidente, el cristianismo se ha convertido en la religión de los europeos. ¿Qué cultura podrá proteger mejor los derechos humanos, promover el bien común, defender el legítimo pluralismo y dar razón de los compromisos morales que hacen posible la democracia, la cultura que ha producido “La Grande Arche de la Dèfense” con su frío racionalismo, o la cultura materializada en esa catedral que, según los promotores de La Grande Arche cabe perfectamente dentro del cubo?

3. El hombre europeo actual ha llegado al convencimiento de que para ser moderno y libre tiene que ser radicalmente secular, es decir, sin Dios. Por tanto, Dios no es una ayuda ni menos aún una razón de la existencia. Dios aparece como un estorbo, como un lastre que ralentiza los avances, como una rémora del pasado que sólo cabe en las mentes atrasadas e ignorantes.

4. El cristianismo propone una lectura alternativa de la modernidad que supone una lectura completamente moderna, en el sentido de nueva respecto de cualquier otra interpretación anterior. Europa tiene que volver el rostro a Cristo para encontrar al hombre. Y este camino de vuelta se recorre a través de la naturaleza del hombre tal como Cristo la da a conocer.

SUMARIO: 1. Qué es Europa.- 2. La cultura europea.- 3. Sin esperanza.- 4. Volver al origen.

1. Qué es Europa

El entonces cardenal Joseph Ratzinger comenzaba una conferencia sobre Europa con esta pregunta que se formulaba. ¿Qué es exactamente Europa?[1] Porque realmente Europa es un continente, el más admirado culturalmente de todos, la cabeza de lo que se llama la civilización occidental. Pero dónde empieza Europa. Siberia no se tiene por parte de Europa pero allí habitan europeos que tienen un modo de pensar y de vivir completamente europeo. Por el sur, ¿dónde termina Europa? ¿Justo en el mar Mediterráneo? ¿Se podría decir que Tánger no es europea? Qué islas del Atlántico son Europa y cuáles no lo son. ¿Y por el este? ¿Turquía es Europa? ¿En su totalidad?

Europa no tiene unas fronteras. Más bien los países europeos tienen unas fronteras como las tienen todos los países. Y son producto de convenciones y de guerras. La suma de unos países puede formar un continente, pero sólo si entendemos que un continente es eso, la suma de algo. Pero los continentes no son la suma de cosas, tienen una entidad peculiar y propia.

Europa es un lugar geográfico, pero sobre todo es un concepto cultural e histórico que se ha caracterizado como continente por muchos factores, uno de los cuales y no el menos importante, es por la fuerza unificadora del cristianismo[2]. Y hasta se puede afirmar que sólo de un modo secundario Europa es un concepto geográfico. Porque lo que realmente define a Europa no son unas fronteras o unos límites físicos —tal río o valle— sino una manera de entender la vida, el hombre y su pasado, es decir, su cultura y su historia.

Una cultura europea que se caracteriza por una palabra «comunicación». Fueron los romanos los que surcaron el Imperio con grandes calzadas que como arterias culturales servían para acercar Roma a cada rincón del Imperio, pero también para enriquecer la sabiduría romana con la griega, bética, egipcia, celta. Sobre esas vías de comunicación se transportaban mercancías y saberes. Pero también transitaban personas. Unas iban y otras venían y se mezclaban los pueblos y se conocían gentes de distintos usos y maneras. Permitían contrastar el propio «aldeanismo» con el de los demás y mostraron el mundo a los hombres. Un mundo mucho más grande y rico que lo que la imaginación humana puede soñar.

Sobre esas vías surgieron las nuevas naciones —también los nuevos ejércitos— y las nuevas peregrinaciones a Santiago[3]. Con la peregrinación se llevó la cultura y la fe de los peregrinos. Una fe que habla de un Dios de todos, de unos hijos de un mismo Padre, de una autoridad que procede de un Creador, de una dignidad de la persona que tiene su origen en su misma creación y no en el poder temporal.

El papa Gregorio VII defendió la prerrogativa de la Iglesia para decidir quién sería nombrado obispo, limitando el poder temporal del emperador y auspiciando lo que en el curso de los siglos sería la «sociedad civil»[4]. En adelante, el Estado no ocuparía hasta el último centímetro de la vida de los súbditos que en el futuro serían ciudadanos con derechos y libertades. El emperador tuvo que reconocer que existían una serie de cosas que él no podía hacer, no porque no tuviera ejércitos, sino porque no tenía competencias para llevarlas a cabo.

A veces, a los europeos se nos olvida que somos hijos de las calzadas romanas y del espíritu del papa Gregorio VII, pero conviene recordar la historia y actualizarla para saber que la memoria es la facultad que fragua la identidad de los seres humanos porque a través de ella se dibuja el sentido de la identidad personal, de lo que somos[5].

2. La cultura europea

Y la identidad de Europa y de los europeos no se comprende sin una presencia, sin una referencia al cristianismo. Una religión que no surge en Europa, viene de Oriente, pero se extiende y se asienta en Roma, capital del Imperio. Los valores europeos son de origen cristiano porque antes del cristianismo no existieron. El respeto de la persona por sí misma, el profundo sentimiento de la justicia social y de la libertad de todos los hombres que no pueden ser esclavizados, el valor del trabajo humano, la esperanza como motor de la iniciativa de las empresas humanas, el valor de la familia como cimiento del ser humano, escuela de virtudes y lugar donde se aprende a vivir en sociedad, la fraternidad de todos los hombres que explica la tolerancia de lo diverso y hasta de lo opuesto, etc.

Se puede decir que la fe cristiana ha forjado la cultura europea fundiéndose con su historia y, a pesar de la dolorosa división entre Oriente y Occidente, el cristianismo se ha convertido en la religión de los europeos[6]. De la fe cristiana también aprendió Europa que sobre la autoridad pública y sobre su poder pende no el juicio de la historia, sino el juicio de un orden trascendente, el de la justicia. Y que lo justo no es solamente aquello que los poderes públicos declaran como tal[7].

Porque todos los valores humanos por los que se identifica Europa en la actualidad y que a sus líderes políticos tanto les gusta alabar, presuponen una imagen del hombre, una identidad personal que lleva implícito un orden moral concreto y una idea del derecho que no se fundamentan en sí mismos, sino que se apoyan en valores superiores y trascendentes que en último extremo se refieren a un Ser superior de todo y de todos, principio y fin de todo lo conocido[8].

Y esta identidad europea no es una identidad de los cristianos, aunque sea una identidad cristiana. Porque bajo el amparo de los valores morales europeos viven y conviven todos los hombres que admiten la existencia humana como un respeto personal y una esperanza en un futuro mejor.

¿Qué cultura podrá proteger mejor los derechos humanos, promover el bien común, defender el legítimo pluralismo y dar razón de los compromisos morales que hacen posible la democracia, la cultura que ha producido “La Grande Arche de la Dèfense” con su frío racionalismo, o la cultura materializada en esa catedral que, según los promotores de La Grande Arche cabe perfectamente dentro del cubo?[9]


3. Sin esperanza

Y ¿cuál es el problema de Europa? Desde luego si los fundamentos de Europa son morales y culturales, el problema de Europa está en sus propios fundamentos. Habrá que solucionarlo en esos términos y no en clave de poder o de política económica. El mayor peligro es el desequilibrio existente entre las posibilidades técnicas y científicas y el crecimiento moral que lo acompaña.

Asistimos a un momento en el que a mayor progreso científico se une un menor crecimiento moral, por no llegar a decir que en algunos casos se asiste a un desprecio de la ley moral objetiva por el cientifismo que la entiende como una limitación y cortapisa de sus avances tecnológicos.

El mundo occidental se ha convertido en un lugar que se considera autosuficiente, donde el hombre se ha emancipado del Dios verdadero y se considera capaz de organizarse por sí mismo sin necesitar de la idea ni de la presencia de un Dios que le diga lo que está bien y lo que está mal. Europa llega a vivir de espaldas a Dios, como si Dios no existiera.

El hombre europeo actual ha llegado al convencimiento de que para ser moderno y libre tiene que ser radicalmente secular, es decir, sin Dios. Por tanto, Dios no es una ayuda ni menos aún una razón de la existencia. Dios aparece como un estorbo, como un lastre que ralentiza los avances, como una rémora del pasado que sólo cabe en las mentes atrasadas e ignorantes. Dios no pertenece a la modernidad, dicen y piensan.

Sin embargo, la realidad es tozuda. Y por más que la modernidad se obstine en pensar una nueva vida, la vida real se empeña en ser real antes que pensada. De tal manera que la vida diseñada y filosofada no es vida realmente, sino tan solo un señuelo, una trampa. De Lubac lo resumía así «No es verdad, como se dice en ocasiones, que el hombre no puede organizar el mundo de espaldas a Dios. Lo que sí es verdad es que el hombre, si prescinde de Dios, lo único que puede organizar es un mundo contra el hombre»[10].

Cuando el europeo ha decidido vivir de espaldas a Dios ha dejado de ser un hermano para el hombre y se ha convertido en un opresor del hombre, en un tirano justificado por sí mismo, enloquecido por sus propias razones sin otro fundamento que la fuerza del poder y no la de la verdadera Razón. Europa asiste así a una pérdida de la esperanza en cuya raíz está el intento de hacer que prevalezca una antropología sin Dios y sin Cristo[11].

El europeo vive sin esperanza y, sobre todo, vive sin futuro. Como si el porvenir no mereciera la pena. Ha intentado explicar el sentido de la vida sin Dios y sin Cristo y se ha situado él mismo en el centro del universo, como si fuera Dios, olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre[12].

La esperanza queda reducida al presente material y se contenta con el paraíso prometido por la ciencia y la técnica. Entiende la felicidad como simple satisfacción de los propios caprichos a través del consumismo o por medio de la evasión de la realidad con sustancias estupefacientes.

La falta de esperanza y de verdadera felicidad provoca una angustia existencial que se manifiesta «en el dramático descenso de la natalidad, en la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y en la resistencia, cuando no el rechazo, a tomar decisiones definitivas de vida, incluso en el matrimonio»[13].


4. Volver al origen

Y ¿cuál es la solución de Europa? «Yo, obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes (...) Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo»[14].

En último análisis la democracia se basa en la convicción de que la persona humana posee una dignidad y un valor inalienable que el poder no puede menoscabar y que la libertad no es equivalente a arbitrariedad. Supone un compromiso de la sociedad con la moralidad, con unas ideas, con unos ideales y con unas creencias que son comunes a todo el conjunto social. Es el marco donde se desarrolla la vida pública y social de una civilización. Desde luego esto es mucho más y —sobre todo— algo distinto de una simple cuestión de procedimiento. Como si todo se redujera a votar y contar los votos a favor o en contra. La democracia no es una suma y una resta de votos, es una convicción en el bien común, en la justicia y en la paz social.

Por esto mismo, si un parlamento aprueba por una gran mayoría de votos que somos unos extraterrestres simplemente se equivoca y va contra la realidad de las cosas. Por muy mayoritaria que sea la decisión.

En esta situación, las raíces cristianas de la cultura europea no son una vuelta al mundo pre-moderno, como si los cristianos estuvieran arrepentidos de la ciencia y de sus progresos. No. El cristianismo propone una lectura alternativa de la modernidad que supone una lectura completamente moderna, en el sentido de nueva respecto de cualquier otra interpretación anterior.

En Europa, con bastante ligereza, se da por descontado que todos somos cristianos y que ya sabemos lo que eso significa. Pero la realidad es que se lee y se estudia poco la Biblia y no siempre se profundiza en la catequesis. Tampoco se acude a los sacramentos, esenciales para un cristiano por donde llega la gracia de Cristo. El resultado final no es una fe auténtica y madura, sino un vago y difuso sentimiento religioso de una imagen personal de un dios que no se parece al Dios verdadero y que no compromete más de lo que nosotros le queramos permitir. De aquí a un agnosticismo práctico no hay nada.

«Al final la fe es sencilla y rica: ¿creemos que Dios existe, que Dios cuenta? ¿Pero de qué Dios hablamos? Un Dios con rostro, un rostro humano, un Dios que reconcilia, que vence el odio y da esa fuerza de la paz que nadie más puede dar»[15].

Y ¿cuál es la esperanza del europeo y del hombre en general? La esperanza tiene un nombre que es Cristo que ha venido a decir al hombre que es un ser amado por Dios por sí mismo, que tiene un valor y una dignidad que ningún poder puede eliminar. Solamente Cristo revela al hombre lo que es el hombre porque conoce al hombre desde su origen. Y es la Iglesia la depositaria de la palabra de Cristo que anuncia la verdad del hombre a los demás hombres.

La esperanza del hombre no se encuentra en la ciencia o en la técnica. La verdadera esperanza se encuentra en el amor que Dios tiene al hombre. Esta es la buena noticia para todos los hombres: «Dios nos ha amado primero» (cf. 1 Jn 4, 10) y además nos ama hasta el final (cf. Jn 13,1)[16]. Solamente Cristo es capaz de devolver la esperanza al hombre porque nos dice que hay un futuro, una vida después de esta vida y que Dios está allí esperándonos.

«Tenemos que afirmar de modo rotundo que el hombre es más que el bien que está en condiciones de hacer: es hijo de Dios»[17].

Europa tiene que volver el rostro a Cristo para encontrar al hombre. Y este camino de vuelta se recorre a través de la naturaleza del hombre tal como Cristo la da a conocer, como ser creado, con cuerpo y alma, social, llamado al amor, capaz de entregarse a los demás. Este camino de vuelta supone aceptar que el hombre es de una determinada manera y que la vida pública de los hombres debe ser a la medida de los mismos. Es un camino hacia la verdad del hombre que tiene unos principios necesarios para el hombre, sin los cuales la existencia humana no puede ser cabal.

La protección de la vida en todo momento, el reconocimiento y promoción de la familia como una unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio y la protección del derecho de los padres a educar a sus hijos son unos principios que no pertenecen al dogma de la fe, sino que están inscritos en la naturaleza humana y por tanto son comunes a todos los hombres y sin los cuales los hombres no podrán sobrevivir[18].

Felipe Pou Ampuero

[1] Card. Joseph Raztinger, Europa: sus fundamentos espirituales, Roma, 13 de mayo de 2004, www.zenit.org
[2] Juan Pablo II, Discurso, Castelgandolfo, 17 de agosto de 2003.
[3] Juan Pablo II, Discurso en el acto europeísta celebrado en la catedral de Santiago de Compostela. 9 de noviembre de 1982.
[4] George Weigel, Política sin Dios, Ediciones Cristiandad, S.A. Madrid, 2005, p.108.
[5] Cfr. Juan Pablo II, Memoria e identidad, Madrid, 2005, p. 178.
[6] Juan Pablo II, Discurso, Castelgandolfo, 20 de julio de 2003.
[7] George Weigel, Política sin Dios, Ediciones Cristiandad, S.A. Madrid, 2005, p.112.
[8] Pablo Blanco, La Europa de Ratzinger, Nuestro Tiempo, junio 2006, nº 624, p. 108.
[9] George Weigel, Política sin Dios, Ediciones Cristiandad, S.A. Madrid, 2005, p.171.
[10] Citado por George Weigel, op. Cit. p.58.
[11] Juan Pablo II, Discurso, Castelgandolfo, 13 de julio de 2003.
[12] Juan Pablo II, Exhortación apostólica La Iglesia en Europa, Vaticano, 28 de junio de 2003, n.9.
[13] Juan Pablo II, Exhortación apostólica La Iglesia en Europa, Vaticano, 28 de junio de 2003, n.8.
[14] Juan Pablo II, Discurso en el acto europeísta celebrado en la catedral de Santiago de Compostela. 9 de noviembre de 1982.
[15] Benedicto XVI, Discurso, Aosta, 25 de julio de 2005.
[16] Juan Pablo II, Exhortación apostólica La Iglesia en Europa, Vaticano, 28 de junio de 2003, n.84.
[17] Jacques Philippe, La libertad interior, Rialp, Madrid, 2005, p.150.
[18] Cfr. Benedicto XVI, Discurso, Vaticano, 29 de marzo de 2006.